Rubén
Darío, nacido en Nicaragua en 1867 y fallecido en 1916, es seguramente el poeta más importante
del Modernismo español y americano. Aunque antes de él ya había
habido escritores interesantes que se pueden considerar modernistas,
es a partir de su obra cuando el Modernismo triunfa en todos los países de habla hispana.
La métrica
fue un asunto que preocupó a Rubén Darío. Precisamente, su obra es
tan importante dentro de la lírica en lengua española porque
consiguió introducir en ella nuevas estrofas y versos con muy distintas medidas. Los críticos
literarios han llegado a encontrar en los libros de Darío hasta 147
tipos distintos de estrofas, construidas con 37 tipos de
versos. Esto chocaba con la poesía anterior del Realismo, que usaba
solamente versos de 11 y 8 sílabas y muy pocos tipos de estrofa, por
lo que la poesía era muy simple y la sonoridad muy aburrida.
El ritmo y el
sentido de sus poemas están muy relacionados y no pueden imaginarse por
separado. Los versos poseen muchísima musicalidad gracias a recursos
como el encabalgamiento, las rimas internas, las aliteraciones o
repetición de sonidos, etc. Estas novedades abrieron el camino para
dos nuevos fenómenos métricos: la prosa lírica, rítmica y
rimada, y el verso libre, que es el que se emplea actualmente.
El mismo
enriquecimiento de la métrica lo podemos ver en el vocabulario y
las imágenes. Hay un vocabulario deliberadamente preciosista en
el que abundan los cultismos, palabras que designan objetos de lujo,
tecnicismos artísticos... Junto a estas palabras, hay otras que
rompen la belleza de los textos creando “salidas de tono”: es el
caso de los numerosos barbarismos, tecnicismos no artísticos y palabras que no suelen aparecer en poesía.
Rubén
Darío siempre gustó de las imágenes sorprendentes, ya sea mediante
la asociación de elementos incompatibles (“loco de crepúsculo y
aurora”, “triste de fiesta”), ya sea por introducir palabras y
conceptos poco habituales en la lírica. En algunos poemas se vale
del simbolismo de los colores: “brazos rojos”, “púrpuras
violentas”, “sueños azules”, etc.
Esta gran
originalidad de Rubén Darío nos hace pensar a qué corriente del
Modernismo pertenece. En realidad, Darío mezcla en sus poemas
elementos del Parnasianismo, del Simbolismo, del Decadentismo, etc.,
por lo que no pertenece a una sola de estas tendencias, sino a todas.
Darío, por
ejemplo, no era un auténtico parnasiano, pues en su obra no
encontramos frialdad del Parnasianismo al describir objetos de
arte sin expresar sentimientos; al contrario, es una poesía muy
subjetiva, donde las lujosas realidades sirven como símbolos.
Sin
embargo, también Darío se diferencia del Simbolismo porque sus
símbolos no expresan sentimientos íntimos, sino que explican el
misterio de la vida. El Simbolismo encerraba al poeta en su
mundo interior, pero Rubén Darío aspira a salir de sí mismo, al
descubrimiento del mundo. Debido a
esta curiosidad por lo que hay fuera de sí mismo, Rubén Darío
trata básicamente tres temas en su obra: la idea del arte y del
poeta, la preocupación social y lo que la crítica literaria ha
llamado “erotismo existencial”.
El erotismo
en la poesía de Rubén Darío cobra una importancia inusual y
adquiere un sentido casi religioso. Los seres de la mitología griega
aparecen en escenas eróticas como símbolos del mundo interior, en
tensión entre el deseo y el miedo a la insatisfacción. Rubén
Dario pretende escapar de la angustia que produce el sinsentido de la
vida idealizando el sexo. Por ello se convierte en algo sagrado como la religión, pues son los únicos consuelos contra la muerte y el
sufrimiento de la vida.
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