martes, 19 de enero de 2016

La lírica modernista hispánica (III): La poesía simbolista.

La mejor poesía del Modernismo tanto en España como en América pertenece a la corriente simbolista: esto se debe a que en el mundo hispánico contábamos no solo con la inspiración de los simbolistas franceses, sino también con la de Gustavo Adolfo Bécquer y Rosalía de Castro, quienes con su obra se adelantaron al Simbolismo. Los más importantes poetas modernistas aspiran a explorar el "reino interior" de su alma, el inconsciente, el lado oscuro y desconocido de las cosas. Sus poemas tienden a transformar las descripciones de objetos en lugares en símbolos de estados de ánimo del poeta. 

En España, los dos libros más claramente simbolistas fueron escritos por los hermanos Machado. El primero de ellos es Alma de Manuel Machado, en el que encontramos los más famosos poemas simbolistas españoles junto a otros más cercanos al Parnasianismo o al Prerrafaelismo. El otro libro es Soledades de su hermano Antonio, al que más tarde llamó Soledades, galerías, otros poemas. Se trata de una obra mucho más intimista y llena de expresiones misteriosas, centrada en describir las "galerías" o recovecos del alma a través de símbolos como paisajes, jardines, fuentes...
Manuel Machado realiza en su soneto "Felipe IV" una descripción supuestamente parnasiana de un cuadro de Velázquez. Sin embargo, no se trata de una simple búsqueda de la belleza del cuadro, sino de usar la imagen del rey pálido, débil y enfermizo como símbolo del espíritu decadentista de la época, tan extendido entre la juventud.

Nadie más cortesano ni pulido
que nuestro Rey Felipe, que Dios guarde,
siempre de negro hasta los pies vestido.
Es pálida su tez como la tarde,
cansado el oro de su pelo undoso,
y de sus ojos, el azul, cobarde.
Sobre su augusto pecho generoso,
ni joyeles perturban ni cadenas
el negro terciopelo silencioso.
Y, en vez de cetro real, sostiene apenas
con desmayo galán un guante de ante
la blanca mano de azuladas venas.



Su hermano menor, Antonio Machado, realiza en este poema una descripción de una plaza con naranjos por la que pasan niños riendo. El propósito del poema no es representar la escena objetivamente como en el Parnasianismo o el Realismo, sino todo lo contrario: usar la escena como símbolo de la nostalgia por la infancia perdida y el paso del tiempo.

La plaza y los naranjos encendidos
con sus frutas redondas y risueñas.
    Tumulto de pequeños colegiales
que, al salir en desorden de la escuela,
llenan el aire de la plaza en sombra
con la algazara de sus voces nuevas.
    ¡Alegría infantil en los rincones
de las ciudades muertas!...
    ¡Y algo nuestro de ayer, que todavía
vemos vagar por estas calles viejas!
Juan Ramón Jiménez, al que estudiaremos como poeta posmodernista, empieza a escribir muy joven obras simbolistas en las que expresa sus angustias de adolescente, el miedo a crecer y el deseo de volver a la naturaleza en libros como Arias tristes, Jardines lejanos y Pastorales. Más tarde su obra seguirá siendo simbolista, aunque ahora escribirá sobre la búsqueda del amor y la belleza supremos en libros como Elegías o La soledad sonora

Juan Ramón Jiménez con 18 años.
Vamos a comparar dos poemas de Juan Ramón. En el primero se observan claramente la el carácter depresivo del poeta y sus ansias de fundirse con la naturaleza. En el segundo, perteneciente a su siguiente etapa, la tristeza sigue ahí pero queda superada por el deseo de hallar la belleza en todo lo que le rodea.

Entre el velo de la Lluvia
que pone gris el paisaje,
pasan las vacas, volviendo
de la dulzura del valle.
Las tristes esquilas sueñan
alejadas, y la tarde
va cayendo tristemente
sin estrellas ni cantares.
La campiña se ha quedado
fría y sola con sus árboles;
por las perdidas veredas
hoy no volverá ya nadie.
Voy a cerrar mi ventana
porque si pierdo en el valle
mi corazón, quizás quiera
morirse con el paisaje.

---------------------------------------------

Viene una esencia triste de jazmines con luna
y el llanto de una música romántica y lejana...
De las estrellas baja, dolientemente, una
brisa con los colores nuevos de la mañana...
Espectral, amarillo, doloroso y fragante,
por la niebla de la avenida voy perdido,
mustio de la armonía, roto de lo distante,
muerto entre rosales pálidos del olvido...
Y aún la luna platea las frondas de tibieza
cuando ya el día rosa viene por los jardines,
anegando en sus lumbres esta vaga tristeza
con música, con llanto, con brisa y con jazmines.

 Mientras tanto, en Argentina encontramos a Leopoldo Lugones, que en Los crepúsculos del jardín recoge poemas simbolistas llenos de matices sensoriales y colorido que expresan la melancolía del poeta. En Uruguay, Julio Herrera y Reissig escribe una poesía misteriosa e irracionalista, oscura, con símbolos tan difícile de comprender que a veces parece acercarse a la Vanguardia. En Perú, Ricardo Jaimes Freyre lleva a cabo una importantísima renovación de la métrica y llega a usar incluso versos libres en sus poemas, llenos de referencias a la mitología nórdica que había puesto de moda la ópera de Wagner.

Leopoldo Lugones, simbolista argentino.
 
Julio Herrera y Reissig, simbolista uruguayo.
Ricardo Jaimes Freyre, simbolista peruano.


 

No hay comentarios:

Publicar un comentario