El
Decadentismo es otra corriente que se encuentra dentro del Modernismo
y que tuvo también su origen en Francia entre los años 60 y 80 del
siglo XIX como una consecuencia del Parnasianismo.
Tal
como hemos visto, el Parnasianismo aspiraba a crear un arte en el que
solo importaba alcanzar la belleza de las formas y no mostrar los
sentimientos del poeta. Es decir, un arte donde la estética se
encontraba por encima de la ética. El Decadentismo surge en el
momento en que los artistas y escritores comienzan a pensar no solo
esto, sino incluso que una obra es más bella cuanto más se
transgreden los principios morales. Así, a partir del Decadentismo
la literatura deja de hablar solamente de temas “agradables” o
positivos y empieza a hablarse de la “belleza” que hay en lo
prohibido, en el crimen, en lo desagradable y en lo raro.
Al
contrario que la literatura realista, que buscaba denunciar
injusticias y en cierto modo planteaba la necesidad de lograr el bien
en la sociedad, los decadentistas desean escandalizar a la burguesía
exaltando la perversidad, lo oscuro y lo irracional. Estos escritores se caracterizan por buscar continuamente sensaciones
intensas, especialmente que rocen lo prohibido o lo insano, porque
sufren un enorme hastío vital y nada les hace sentirse vivos.
El
Decadentismo también quiso atacar ferozmente a la burguesía en lo
que se refería a la moral sexual. Frente a la enorme censura de la época, los decadentistas hablaron
continuamente de todos los temas relacionados con el sexo, incluso de
los más prohibidos (en cierto modo como también hacía el
Naturalismo): la libertad sexual femenina, la homosexualidad, el
lesbianismo, la prostitución o la violencia sexual.
En
casi todas las novelas del Modernismo, así como en numerosos poemas,
se repite la aparición de mujeres que, lejos de tener una belleza
sana, fuerte o delicada, son misteriosas y seductoras precisamente
por tener aspecto de malvadas, de dedicarse a actividades peligrosas
o inmorales o de estar enfermas. Este es un estereotipo típicamente
decadentista que será conocido como “mujer fatal”, y que
consiste en un personaje femenino misterioso, bello pero a la vez
enfermizo, que disfruta sin piedad destruyendo a todos los hombres
que encuentra.
Junto a esta mujer fatal, que suele ser una mujer independiente y sexualmente libre, el Decadentismo también se interesa por el personaje de la prostituta como ser marginado por una sociedad hipócrita. Los poetas decadentistas se identifican con ella porque ambos son marginados por la burguesía por vender lo que no se puede pagar con dinero: la belleza y el amor, respectivamente. Muy famoso es el poema “Antífona” de Manuel Machado, en el que se expresa esta idea de solidaridad entre poetas y trabajadoras sexuales.
Junto a esta mujer fatal, que suele ser una mujer independiente y sexualmente libre, el Decadentismo también se interesa por el personaje de la prostituta como ser marginado por una sociedad hipócrita. Los poetas decadentistas se identifican con ella porque ambos son marginados por la burguesía por vender lo que no se puede pagar con dinero: la belleza y el amor, respectivamente. Muy famoso es el poema “Antífona” de Manuel Machado, en el que se expresa esta idea de solidaridad entre poetas y trabajadoras sexuales.
Edvard Munch tituló este cuadro La Madonna. Sin embargo, la mujer representada no es una Virgen o una santa, sino una mujer fatal típica del Decadentismo: pálida, débil y algo siniestra. |
Otro cuadro de Munch es El vampiro. Aquí vemos a otra mujer cruel bebiendo la sangre de un hombre en medio de la oscuridad. |
En el cuadro de Edgar Degas Los bebedores de absenta, un artista bohemio y una prostituta comparten mesa en un café de París y ambos beben la famosa bebida alcohólica que tantos problemas de salud causó a finales del siglo XIX. El rostro de la mujer también es pálido y enfermizo, como el de todos los personajes decadentistas. |
Otro
tema con el que el Decadentismo busca escandalizar a la burguesía es
el del alcohol y las drogas. Los decadentistas pensaban que estas
sustancias servían para alterar la realidad y poder tener una
percepción más profunda de las cosas y de sí mismos, o bien para
escapar de una realidad decepcionante y encontrar un refugio, lo que
Baudelaire llamaba “paraíso artificial”. La realidad fue que
muchos jóvenes poetas acabaron sus días con serios problemas de
adicción antes de llegar a escribir nada realmente valioso o incluso
algunos, como Rubén Darío, murieron víctimas del alcoholismo.
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